jueves, 12 de diciembre de 2013

Arrugas

La geografía de tu sonrisa 
alimentó los folios en blanco que aún quedaban por escribir.
Esa áurea felicidad tan tuya amenazaba con salirse de tu rostro
siendo Sol tras aquella estéril y fría montaña.
“Ay, mi niña… Buenos días”.
Yo sonreía simétricamente           
para parir mi dulce ternura y dejarla reposar sobre tus brazos.
No pasearemos más en navidades de fuego y ceniza,
en todas las que sucedan hasta acabar esta obra macabra en blanco y negro.
Miro nuestras fotos extrañas
y no recuerdo haberte conocido, ni haber cogido tu mano bajo aquel olivo anciano.
Creo, a veces, respirar tu olor…
pero no es el tuyo...
Tú moriste hirviendo de vida
mientras nosotros seguimos, aquí, vivos de pena.



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